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viernes, 7 de febrero de 2014

Los ojos



A veces voy andando en auto o en colectivo e intento verme entre la gente y volver a mi cuerpo. Veo una pareja esperando el bondi por la madrugada, con frio o lluvia y ahí me busco. O un grupete de amigos caminando por la calle o andando en bici una noche de verano sabiendo que al otro día la mañana puede esperar.
El paso del tiempo es inevitable, te pisa los talones y también trae sorpresas, alegrías, amores, tristezas…es el gran desafío que tenemos todos y debemos aprender a caminar juntos, pelear no sirve de nada, además el tiempo siempre gana. Claro que todos querríamos tener esa mañana para poder dormir o la frescura de una sonrisa de púber o la inocencia y la luz de la niñez for ever.
Mi hijito crece y aprende, ya es todo un musiquito. Ayer se me cayó una lágrima cuando Eli-mi amiga violista y compañera de maternidad-en una impro que surgió en casa le prestó la viola a Julián. Él se emocionó de una manera tremenda, no sabía cómo ocultar su felicidad. Giró su cuerpito e hizo una mueca rara con la boca y luego tiró un pasito de baile, un gesto muy personal y gracioso, fiel al estilo 1 año y 10 meses.
Ver esa alegría y pasión es también el tiempo, ya no es un bebé y yo tengo la dicha de ser mamá.
Ahí mismo me encontré sentada al piano, las manos chiquitas y las zapatillas blancas y rojas.  Muy seguido iba a visitar a una compañera de grado (que nunca estaba) y su abuelita, una señora muy culta y amable y también senil, con toda la casa dada vuelta como si fuera una selva, me dejaba pasar para que le charle y toque el piano. El piano estaba completamente desafinado y ella se reía con la mirada perdida y me decía: le sacas música nomas, que bueno, la casa lo necesita y yo también. Con total descaro intentaba con canciones de Charly o algún hit de la época como un tema de Phil Collins, hacia la melodía con la mano derecha y con la izquierda cualquier verdura pero la magia del momento volvía consonantes esos acordes completamente desubicados y llenos de niñez.
La señora también era una niña, una niña con ojos de cielo.
Años después encontré en el tren a su nieta y tenía la misma mirada que su abuela. Su madre llamó a un programa de radio donde fui invitada, me sorprendió para bien. La madre era una militante, posta posta y quedó medio perdida entre exilios y desapariciones de amigos y familia y amores. Las tres eran brillantes, súper inteligentes. Las recuerdo con cariño y vuelve a mi esa sensación que ayer mi hijito me mostró y sus ojos también de cielo me guiaron a esa casa, a ese abrazo de la soledad y a la felicidad de encontrar el sonido. Y ahí me sigo buscando, perdiendo  y encontrando, ahora intentando con un nuevo disco.
En un rato salgo para tomar una clase, tengo un colectivo de más de media hora y mucho por mirar y pensar. Pasarán los niños con sus instrumentos, los novios de la mano, la maestra vacacionando, todos bajo la misma lluvia e intentando surfear la ola del tiempo.

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